La cuarta visita
Yo quisiera ser llorando
En broma, por incrédula, le aconsejé disponer de sí con el mismo veneno con el que nuestros padres se deshacen de los ratones. Le dije que lo bebiera con leche para que no le supiera tan amargo. "Bueno mejor con agua", corregí, recordando que la leche era un lujo en su vida, y cuando la había era sólo para quitarle lo puya al ralo café de sus mañanas. Mi broma la devolvió con llanto. Un llanto suave, sin sollozos, calladito. Comprendí que hablaba en serio. Arrepentida la abracé. Le dije cuánto la amaba ....
La tarde en que le permitieron morir estuve ocupada salvando mi propia vida. En el momento exacto en que apagaron el respirador que durante más de un año permitió a los médicos declararla viva, trataba yo de sobrevivir a un propio e intenso dolor. No estuve allí para verla ir..... y me quedé, muy sola, de cuerpo presente, otra vez justo al otro lado de la muerte.
***
el hortelano
de la tierra que hoy pisas
y estercolas
compañero del alma
tan temprano..
Miguel Hernández
1.
Anoche soñé con Adal. Reviví el momento en que el viejo muro de ladrillo se derrumbó sobre él. También soñé con los otros, su madre y sus hermanos, quienes azorados, desesperados e incrédulos quedaron paraditos al otro lado del muro, justo en el lado de la vida. De ese lado los dejó Adal, con sus barrigas y rodillas prominentes, con su a-penas vida a penas de muerte. También me dejó a mí.
A los siete años, triste y enojada, lamenté por igual la partida del amigo y la pérdida del muro de nuestros juegos. Esa fue la primera vez, según recuerdo, que la muerte me dejó en éste, el lado de la vida.
2. Una tarde, luego de varios meses de ausencia, regresé al barrio de mi niñez. Allí reencontré a la más querida amiga. Sentada en la misma roca en que nos sentábamos de niñas, me dijo en voz baja y triste "ya no quiero vivir". A los catorce años, con su vientre recrecido y las rodillas escondidas en la evidente hinchazón de sus piernas, mi amiga, la entrañable, la extrañada, me anunciaba la falta de sentido de su vida.
En broma, por incrédula, le aconsejé disponer de sí con el mismo veneno con el que nuestros padres se deshacen de los ratones. Le dije que lo bebiera con leche para que no le supiera tan amargo. "Bueno mejor con agua", corregí, recordando que la leche era un lujo en su vida, y cuando la había era sólo para quitarle lo puya al ralo café de sus mañanas. Mi broma la devolvió con llanto. Un llanto suave, sin sollozos, calladito. Comprendí que hablaba en serio. Arrepentida la abracé. Le dije cuánto la amaba ....
La mañana siguiente me despertó mi tío. Con voz entrecortada por la emoción dijo: "Sol --la de los rayos de luz en el nombre-- se suicidó. Tomó veneno para ratas con un vaso de agua.". Cuenta su hermana que comenzó a retorcerse de dolor y a vomitar sangre. Llegó viva al hospitalillo del barrio. Allí la recibió una enfermera desvelada que se ocupó de hacer con ella el inventario de lo inexistente. No tenían con qué salvarle la vida, sólo una ambulancia vieja y trotona en la que la trasladaron al Hospital de Distrito, luego de localizar, borracho, al conductor, “Pobrecita”, añadió mi tío, “nadie sabe quién es el papá de su bebé”. Lloré amargamente, por amor, por remordimiento. Ésta fue la segunda vez que la muerte me dejó, confundida, del mismo lado de la vida.
Sol me visitó cada noche durante muchos años. Jugábamos a que estaba viva o a que estaba muerta. Era un sueño tan real que muchas veces lo soñé despierta.
3. Una tarde me quedé a solas con Gloria. Me pidió que me acostara a su lado y la abrazara. A la amiga robusta, alegre, decidida y coqueta la esperaba la muerte tal como dice Miguel Hernández --enamorada-- y se comportaba la vida, también a lo Miguel Hernández --desatenta. Una lenta y dolorosa enfermedad se apoderó de su cuerpo al que le tomó todo menos los huesos y el pellejo. Le dejó intacta la hermosura de su rostro junto a las ganas de amar y ser amada. También la lucídez para verse morir.
Cuidar de Gloria me enseñó la gloria de cuidar. Para ella inventé inversosímiles cuentos mientras masajeaba sus pies con olorosas cremas cuyo olor cosquillea mi nariz cada vez que pienso en ella.
Esa tarde a la que aludo me acosté a su lado y, abrazándola le susurré al oído ¿volverás de la muerte si es posible? ¿me contarás si Dios existe? ¿me dirás cómo se siente estar muerta? Asintió con mirada cómplice e hicimos un pacto de amigas a punto de perderse. Junto a Gloria, con toda su vida en ella, pude llorar su muerte.
La tarde en que le permitieron morir estuve ocupada salvando mi propia vida. En el momento exacto en que apagaron el respirador que durante más de un año permitió a los médicos declararla viva, trataba yo de sobrevivir a un propio e intenso dolor. No estuve allí para verla ir..... y me quedé, muy sola, de cuerpo presente, otra vez justo al otro lado de la muerte.
***
Gloria se fue tranquila. No ha vuelto. No sé si es porque la muerte es absoluta y eterna o si se retrasa para disfrutar de mi impaciencia. Pero, cabe decir y esto es muy cierto, que desde hace un tiempo me visita una mujer desconocida cuyo rostro no alcanzo a ver, que se hace visible por momentos y se mueve con sigilo. Se ocupa de encender y apagar, de abrir y de cerrar. Y no molesta.
Todo esto lo cuento para que vean que son cuatro las veces en que la muerte me dejó de este lado, el mismo lado de la vida.
Hilda/2006
Comentarios
Un abrazo de
Silvia Loustau
www.silvialoustau.nlogspot.com
Gracias por esta cantidad de regalos tan hermosos. Es impresionante como la vida es gemela de la muerte y la alegría a veces contenida en la tristeza.
Un abrazo grande
Chiquita
Un besote,
tqm
Romy
Cariños desde Buenos Aires.
Verónica
Emotivo relato, Hilda.
Un abrazo.
Gracias por visitarme.