Blanca Navidad

La alcaldesa esperó ansiosa en el balcón a que apareciera el avión.  Fue toda una proeza conseguir  fondos federales para importar nieve fresca  y forrar con ella las calles de San Juan.   Le apenaba ver que los niños puertorriqueños carecieran de una  blanca navidad.  Pensaba en lo maravilloso que sería si  esos mismos niños se parecieran, aunque fuera un poco, a sus hermosos pares norteamericanos.
      El avión con la nieve llegó a al fin. El mismo avión la dispersó por las calles de San Juan.  Para cuado tocaba tierra ya era agua, pura agua que enfangó malamente las polvorientas calles.  Los niños jugaron en el barro y se embarraron a más no poder. La alcaldesa, con el abrigo que no llegó a ponerse doblado entre sus brazos, miraba apenada desde su balcón como esos niños se parecían cada vez menos a los blanquitos niños norteamericanos. A lo lejos, el Santa trataba, infructuosamente, de desatascar su trineo.

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